El siguiente relato lo escribimos a finales del 2009. Cuenta un intento de ascención al pico de la Sabine (Alto Ariege) del que no estamos nada orgullosos. Un duro corte de digestión y una tozudez sin razón redujeron la excursión a un vía crucis por el valle de Quioulés. La experiencia fue terrible, pero aprendimos una buena lección.
RELATO
Sábado 5 de Diciembre del 2009. Tras un viaje largo y un tanto dubitativo, llegamos al pueblo francés de Les Cabannes. Nos encontramos en pleno Alto Ariege, una región que a medida que la vamos conociendo nos gusta mas y mas. La idea es subir con el coche por el valle de Astón hasta la zona de aparcamiento de la presa de Riete y hacer noche ahí. Mañana toca madrugar, remontar el valle de Quioulés y llegar a la cabaña de la Sabine. Desde la misma intentaremos el pico de la Sabine, una cumbre de 2561 m que según la guía [1] se hace bien con raquetas. La ruta es dura (mas de 1500 metros de desnivel acumulado), pero sin dificultad técnica. Nos sentimos fuertes, con ganas de monte. Seguro que todo irá bien…
Tras salir de Les Cabannes tomamos a la izquierda (S-O) la D520 que va al lago de Laparan (donde sale el camino del refugio de Rulhe). Enseguida llegamos a Aston. La carretera, estrecha pero en buen estado, rodea el pueblo por la derecha y continua ascendiendo por un valle estrecho y encajonado. Al cabo de unos 10 Km llegamos al embalse de Riete. La zona de aparcamiento está junto la primera curva a la izquierda que hay después de la presa (1100 m). Las nubes se rompen y el sol ilumina la parte alta de las montañas. En el valle el ambiente es húmedo, frío y solitario. Pasan unos minutos de las cuatro de la tarde. Quedan dos horas de luz. Suficiente para explorar el camino que haremos mañana. Nos ponemos las botas, cogemos los bastones, el mapa… No pensamos en las linternas. A las 16.20 h empezamos a caminar.
En el extremo exterior de la curva sale (N) una franja herbosa que baja suavemente hacia el embalse. Tras recorrerla durante una veintena de metros, vemos a la izquierda un pequeño hito. Señala el inicio del camino del valle de Quioulés. Un brevísimo descenso nos lleva a una doble pasarela de metal que cruza un torrente. Ya al otro lado, empezamos a subir en lazadas, mas o menos al sur, por una ladera boscosa y esclarecida. El suelo está cubierto de hojarasca y cuesta seguir el camino. Muy de cuando en cuando, encontramos algún hito roñoso y marcas de pintura medio borradas. El torrente de Quioulés corre a nuestra izquierda, bastantes metros por debajo. Conforme ganamos altura el ascenso pierde fiereza y la senda se hace mas clara. Encontramos restos de nieve. Un largo flanqueo nos lleva a cruzar un torrente secundario. Después superamos una canal boscosa llena de hojas, barro y nieve. La subida finaliza en un estrecho collado desde el que se ve el valle de Quioulés (17.10 h, 1356 m). El camino continua bajando hacia el torrente. Nos gustaría seguirlo un poco mas, pero es tarde. Un breve alto y volvemos por donde hemos venido (17.15 h).
Bajamos deprisa pero con cuidado. Es fácil resbalar si se pisa alguna de las raíces y rocas mojadas que hay bajo las hojas. El descenso es mas largo de lo esperado. La luz se extingue rápidamente. La senda se difumina en el bosque y cuesta seguirla. Ya muy abajo nos encontramos perdidos. Deambulamos casi sin ver donde pisamos, pensando el las linternas que no hemos traído. No hay suerte. Cuando la oscuridad es casi total, tropezamos con un hito. Medio a tientas seguimos una inflexión del terreno que podría ser el camino. Enseguida llegamos a las pasarelas. Dos minutos mas tarde estamos junto el coche, sudorosos y con el pulso acelerado. Por bien poco nos hemos librado de un buen marrón…
Con la oscuridad se acentúa la sensación de frío y humedad. Los anoraks de plumas no sobran en absoluto. Sin prisas (aún es pronto) preparamos el coche para dormir, calentamos agua. y preparamos la mochila para mañana. Cenamos a la luz de dos velas. La sopa entra de maravilla. Después nos atiborramos (sobre todo yo) de embutido y queso, todo bien regado con una botella de Beujolais Noveau. Como colofón yogurt griego, café y galletas variadas. Semejante ágape nos deja contentos y con el estómago pesado. El vino hace su efecto. Nos entra sueño. Así que nos vamos a dormir. Aún no son las 20.00 h…
Domingo 6 de Diciembre del 2009. La alarma del móvil suena a las 6.00 h. Hemos dormido casi 10 horas. Después del preceptivo ganduleo, recogemos los trastos y reorganizamos el coche. Hace menos frío del esperado. En el cielo no hay estrellas. Mal asunto… Pensando en la paliza que nos espera, desayunamos en abundancia. Al igual que ayer, me hincho de embutidos, queso, galletas, yogurt y alguna cosa mas. Finalmente guardamos las cosas en el coche y nos ponemos las mochilas (bastante pesadas ya que llevamos crampones, piolet, raquetas, etc). A las 7.15 empezamos a caminar bajo la luz de los frontales.
Nada mas pasar la primera pasarela noto una sensación extraña. Sin saber por que tropiezo y me voy de lado. No me siento mal, pero voy como borracho. Pensando que se me pasará continuo caminando. Intento mantener un ritmo normal, pero no puedo. Cada vez me voy mas de lado. Si no fuera por los bastones seguro que me habría caído varias veces. Estoy mareado, pero no tengo ganas de vomitar. Sigo subiendo. Las piernas parecen plomos. La porción de suelo que ilumina la linterna oscila unos 45 grados, y cada vez lo hace mas rápido. Esta claro que voy a peor. No entiendo que me está pasando. Aferrándome a la idea de que es algo pasajero, intento no darle importancia. Sigo subiendo. Las paso canutas al cruzar el torrente secundario. Saltar a oscuras de piedra en piedra es muy difícil cuando el mundo gira a tu alrededor. Casi de pasada, le comento a Encarna que estoy mareado. Y sigo subiendo…
A las 8.00 h alcanzamos el collado donde ayer tarde nos dimos la vuelta (1356 m). No entiendo por que hoy, que voy jodido y cargado, hemos tardado 5 minutos menos. Ya es de día pero hay poca luz. El cielo esta cubierto de nubes altas de color gris. No hace frío. El ambiente es lúgubre y trasmite una sensación de melancolía y tristeza, muy a juego con mi situación. Nos detenemos. Me siento en el suelo, cierro los ojos e intento relajarme. La parada sólo dura unos minutos pero tiene un efecto milagroso. Me encuentro mucho mejor. El mundo ya no da vueltas. Lentamente me pongo de pie y compruebo aliviado que todo sigue correcto. Encarna propone volver. Yo no quiero oír hablar de retirada. Me cargo la mochila en la espalda y le digo a mi mujer que seguimos adelante. El cuerpo me ha avisado, pero yo no le hecho caso…
El camino baja en diagonal unos 40 metros de desnivel y nos lleva hasta el fondo del torrente de Quioulés. Un poco mas abajo el cauce se encajona en el Paso de la Crabe. Pasamos al otro lado por una pasarela metálica (8.18 h, 1319 m). La senda traza una lazada e inicia una largo ascenso al S-O por la orilla derecha (orográfica) del valle. Caminamos a un ritmo normal, algo elevados sobre el torrente. El entorno parece sacado de un cuento de hadas. Un bosque de hayas y abetos, con el piso tapizado por el musgo y la hojarasca... El camino sube suave y esta muy marcado. De cuando en cuando algunas piedras, o pequeños pasos rocosos, requieren equilibrios que hago sin problemas. Sigo notando una sensación extraña. Pero el mundo está quieto y no me voy de lado. Parece que lo que sea remite poco a poco...
Un tramo en fuerte subida (para superar un escalón rocoso del valle) seguido de un corto descenso, nos llevan de nuevo al lecho del torrente, justo después de un caos de grandes rocas enmohecidas. Continuamos por el otro lado, pisando nieve de forma casi continua, hasta llegar a un rellano ocupado por un barrizal oculto bajo el manto nival. Atravesarlo es una lotería en la que a cada uno nos toca hundirnos varias veces hasta la espinilla. El camino continua en fuerte ascenso por el otro lado del torrente (E). Dejamos atrás los árboles y entramos en una zona despejada. Arriba, a la izquierda, vemos unas construcciones de explotación hidráulica. El valle se abre y gira ligeramente a la derecha (SO). Poco a poco la nieve se apodera del paisaje. Al fondo hay montañas que no sabemos identificar.
Tras una parte en la que la senda sortea piedras, pequeñas paredes y hoyos llenos de arbustos, cruzamos por una vieja pasarela metálica el cauce casi seco del torrente que baja de la canal de la Coma de Jas. Continuamos subiendo al SO. El camino, siempre claro, pasa bajo una vieja y enorme tubería de hierro que atraviesa el valle transversalmente (8.54 h, 1454 m). Poco después encontramos una especie de pista que remonta en lazadas por la ladera de la izquierda (E). Al igual que la tubería, se dirige a las construcciones de mas arriba. La lógica no dice que hemos de seguir el valle (SO). Sin pensarlo demasiado, dejamos la comodidad de la pista y nos metemos en la nieve (9.01 h, 1500 m). El drama esta a punto de empezar…
La nieve esta blanda. Nos hundimos hasta la rodilla. A veces mas. Voy delante, abriendo huella con demasiada rapidez. Mientras el terreno desciende no hay problema. Pero al hacerse horizontal avanzar se convierte en un lento suplicio. Rápidamente me quedo sin fuerzas. Encarna pasa delante. Dejamos atrás los llanos para entrar en una zona de rocas y arbustos. Intentamos continuar entre la vegetación. Pero es muy densa y no nos deja pasar. No hay mas remedio que girar a la izquierda (E) y subir esperando encontrar el camino.
Encarna enseguida me deja atrás. Está fuerte y avanza con rapidez abriendo huella. Yo cada vez estoy mas chungo, constandome horrores dar un paso. Vuelven los mareos, ahora mucho mas fuertes. El valle, las montañas, Encarna… Todo girar a un ritmo vertiginoso. Pierdo la vertical y caigo de lado. Tirado sobre la nieve intento ponerme de pie. Pero el peso de la mochila, y el suelo que parece hundirse debajo de mí, no me dejan hacerlo. Cierro los ojos, respiro profundamente y vuelvo a probar. Esta vez consigo quedar mas o menos en pie. Encarna me llama. Su voz suena lejana y distorsionada. No entiendo lo que dice. Doy un paso y vuelvo a caer. ¿Qué me está pasando ¿Y por qué? La secuencia de relajo, puesta en pie, avanzar unos pocos pasos y caer, se repite una y otra vez. A trancas y barrancas supero una rampa de nieve y una pequeña zona de rocas y arbustos. Necesito un cuarto de hora para recorrer cincuenta metros. Finalmente me reúno con Encarna (9.35 h, 1560 m). Mi mujer ha encontrado la pista que dejamos hace un rato y ha seguido mi pequeño vía-crucis. Nunca me había visto tan mal. No sabe que hacer y esta asustada. Yo siento pánico…
Me saco la mochila y me siento en el suelo apoyado en unas rocas. Algo me dice que he de vomitar. Pero incluso metiéndome los dedos en la garganta, no consigo hacerlo. En cambio, tengo muchas ganas de ir de vientre. Ayudado por Encarna me alejo tambaleante unos metros. Tras unos abustos (aún mantengo algo de dignidad) me bajo los pantalones y pongo en cuclillas. Al momento sale una fuerte diarrea. Con desesperación intento sujetarme en algún sitio para evitar que el mareo me haga caer sobre mi propia mierda (habría sido el colmo). Cagar me sienta bien. Cuando me reuno con Encarna me siento mejor, mas relajado. El mundo sólo se balancea ligeramente… Tengo un dolorcillo en el estómago que identifico como hambre. ¿Y si hubiese cogido una gran pájara y lo que necesito es comer? Engullo con avidez varias barritas, dos naranjas, una bebida energética y un montón de agua. La cosa parece funcionar. Después descanso unos minutos. Me encuentro mucho mejor, prácticamente normal. Mi mujer está aliviada. Dice que tengo la cara blanca (que en mi es mucho decir). Me pregunta si me siento con ánimos de empezar a bajar. Mi respuesta la deja de piedra… “De eso nada. Quiero llegar al refugio de Quioulés” Sin darle opción a replicar, me pongo en pie y me cargo la mochila (no he querido que me coja algo de peso). Después, apoyándome en los bastones y sin mirar atrás, empiezo a caminar por la pista valle arriba (10.10 h). Una vez mas no hago caso de lo que me dice el cuerpo…
Tras cinco minutos de marcha prácticamente horizontal, llegamos a una especie de muro de contención. Final de la pista. Continuamos por campos nieve poco pendientes. Enseguida encontramos una zona de humedales nevados donde nos hundimos hasta la rodilla. El avance vuelve a ser chungo. Nos calzarnos las raquetas y salimos de la zona conflictiva. Poco después alcanzamos la parte alta de una loma-escalón del valle. Al otro lado el terreno baja suavemente hasta un llano. A la izquierda del mismo, y a unos 300 metros de distancia, vemos un edificio que recuerda a una borda de pastores. Es el refugio de Quioulés. El humo que sale de la chimenea indica que hay gente dentro. Tras un breve alto reanudamos la marcha y empezamos a bajar. De repente me voy de lado y caigo sobre la nieve. El mundo vuelve a girar…
El descenso es una sucesión de situaciones de crisis, la mayoría no muy agudas, enlazadas por etapas donde voy regularcillo. La primera ocurre poco después de dejar el refugio y requiere diez minutos largos de descanso en el suelo para recuperarme. De nuevo en ruta, llego a la conclusión de que el esfuerzo físico favorece el mareo. Camino mas despacio y todo va mejor. Cuando noto que me voy de lado y el mundo empieza a girar, me siento donde sea, descanso y me relajo, hasta que el suelo se detiene y puedo volver a ponerme en pie con garantías de no caerme. Así, poco a poco y con numerosas paradas, vamos deshaciendo el camino de subida. Salvo los tramos donde se ha de saltar de piedra en piedra (algo que llevo bastante mal) la caminata se me da mejor de lo esperado.
Dos horas después de abandonar el refugio llegamos a la pasarela situada mas arriba del Pas de la Crabe (13.07). Hacemos breve un alto para tomar fuerza y moral de cara a la subida, corta pero intensa, que lleva al collado por donde se entra al valle de Quioulés. Emprendo este ascenso con miedo, convencido de que me cogerá una tremenda pájara. Sorprendentemente todo va bien y a alcanzo el collado sin problemas (13.20 h).La euforia me hace creer que, por fin, empiezo a superar el problema. Pero, una vez mas, estoy equivocado.
Al iniciar el descenso vuelven los malditos síntomas. Pero ahora son diferentes. Al mareo se suma un sensación de malestar que va en aumento. Empiezo a pensar que tengo algo realmente grave y me acojono. Sigo bajando poco a poco, atento al momento en que sea necesario parar y tumbarme. Noto el estómago revuelto, empiezo a salivar, se me tensa el paladar. De repente me doy cuenta de que voy a vomitar. Intentando contener las arcadas me saco la mochila e inclino hacia delante. Después ocurre el milagro… Durante un buen rato, y en varias tandas, saco de todo y en cantidad. La cena, el desayuno, la comida a media subida… Todo abandona mi cuerpo violentamente, ensuciando una buena porción de nieve. Comida para los gusanos. Cesa la vomitera. Me siento en unas piedras. Me enjuago y limpio la boca. Iintento descansar y relajarme...
Veinte minutos mas tarde continuamos el descenso. Estoy muchísimo mejor. Me siento débil y me duelen el estómago y la garganta. Pero los mareos han desparecido. Por primera vez desde que iniciamos la excursión camino derecho y con total seguridad. En algún tramo hasta corro y salto, con riesgo de darme un morrón al pisar alguna raíz o roca mojada… Soy feliz. Ahora si que estoy seguro. He superado el problema. ¿Por qué será que algo tan importante como es la salud solo se valora cuando no se tiene…
A las 14.30 h llegamos al coche. Sin prisas nos cambiamos de ropa y calzado y colocamos los trastos en el maletero. Después iniciamos el viaje de vuelta casa.
Nuestro particular “vía crucis” ha durado 7h 15 min. Ha sido una prueba durísima. He aprendido que se ha escuchar y hacer caso de lo que nos dice el cuerpo. Respecto del valle de Quioulés, su refugio, el pico de la Sabine,etc… Tiempo habrá de volver y acabar lo que hoy ha quedado pendiente. Si hecho una mierda me ha parecido un lugar precioso, estando bien debe ser la hostia. No se cuando, pero seguro que volveremos…
EniEn - Diciembre 2009
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